Capítulo 14: La Diosa de Mil Ojos
La selva amazónica envolvía al equipo en un manto de humedad y sonidos ancestrales. Kai lideraba el avance, sus escamas palpando cambios mínimos en la temperatura del aire. Detrás, Lyra y Jax seguían sus huellas, mientras la vegetación se cerraba a sus espaldas como una herida que cicatriza.
—El huevo está cerca —Kai detuvo al grupo levantando un puño—. Pero hay algo más…
El aire olía a cobre y flores podridas.
Antes de que pudieran reaccionar, silbatos de madera resonaron entre los árboles. Flechas con punta de hueso les rozaron las mejillas, clavándose en los troncos con precisión milimétrica. Una advertencia.
—No disparen! —Lyra gritó en portugués—. Não viemos lutar!
De la espesura emergieron figuras pintadas con símbolos que hacían que el ADN de Kai se estremeciera. Eran los Yanayawa, una tribu que los libros de historia declaraban extinta.
El guerrero que los lideraba señaló a Kai con una lanza de jade.
—Tú hueles a él. Al que duerme bajo el altar.
Aldea de los Ojos
Las chozas sobre pilotes rodeaban una pirámide de barro de quince metros. En su cúspide, un niño de no más de seis años —cubierto de pinturas doradas y plumas de águila— los observaba sin pestañear. Sus iris eran completamente blancos.
—Elijido —susurró una anciana con el torso cubierto de tatuajes que se movían como serpientes bajo su piel—. Como tú, Dragón de Fuego.
Kai sintió que el huevo lo llamaba desde bajo la pirámide.
—¿Por qué lo adoran? —preguntó Lyra, notando las ofrendas de frutas y animales mutilados.
La anciana sonrió, mostrando dientes afilados.
—Porque cuando despierte, devorará a la que viene.
Entonces, la selva gritó.
Llegada de la Diosa
Los árboles se partieron como cerillas. Lo que emergió no era la mujer de los dibujos de Xiao, sino algo peor:
Un torso femenino de tres metros, cubierto de ojos que parpadeaban asincrónicos, montado sobre un cuerpo de anaconda gigante. De su cabello de lianas colgaban cráneos pintados con el mismo símbolo que tenían las escamas de Kai.
—Madre —el niño en la pirámide extendió los brazos, no con miedo, sino con anhelo—. Has venido a terminar tu obra.
La criatura habló con voces superpuestas, algunas humanas, otras claramente no:
—Ustedes rompieron el ciclo. El dragón no debe despertar.
Kai sintió su fuego interior apagarse bajo la mirada de aquellos cientos de ojos.
—¿Qué eres? —logró decir.
Los labios de la diosa se curvaron.
—Lo que quedó del último eclipse.
Capítulo 15: La Danza de los Antiguos
La noche se desgarró con el aullido de la diosa. Los guerreros Yanayawa cayeron de rodillas, sangrando por los oídos, mientras los ojos del monstruo brillaban como faros en la oscuridad.
Kai intentó moverse, pero sus músculos no respondían. Era como si cada uno de esos ojos lo pesara toneladas.
—No somos enemigos —logró gritar, escupiendo sangre—. ¡El dragón dentro de mí también te teme!
La diosa se rió, un sonido que hizo vibrar los huesos.
—Temor es lo único que tu especie debería sentir.
De su cabello serpentino, los cráneos comenzaron a cantar en una lengua que quemó la mente de Jax, haciéndolo colapsar.
Lyra, sin embargo, seguía en pie.
El Misterio de Lyra
La diosa centró sus cientos de pupilas en ella.
—Tú… —su voz se hizo suave, casi humana—. ¿No lo sientes? El veneno en tu sangre. Ella te marcó también.
Lyra miró sus garras, que brillaban con un tinte violeta bajo la luna.
—¿De qué hablas?
Un recuerdo resurgió: la noche del rescate del laboratorio. Isolde inyectando algo en su brazo mientras gritaba “Sujeto Omega debe sobrevivir”.
La diosa se arrastró hacia ella, hipnótica.
—No eres como ellos. Eres hija de la que acecha entre las estrellas. La que viene a limpiar lo que el dragón mancilló.
El Niño Elegido
En lo alto de la pirámide, el pequeño sacerdote comenzó a cambiar. Su piel se agrietó, revelando escamas doradas, y cuando abrió la boca para gritar, salió fuego blanco.
—¡El huevo! —Kai forcejeó contra la presión invisible—. ¡Está eclosionando!
La diosa giró hacia la pirámide con un silbido de ira.
—No otra vez.
Decisión
Lyra vio su oportunidad.
Mientras la criatura se distraía, saltó hacia Kai y le clavó sus garras en el brazo.
—¡Duele, pero confía en mí! —le gritó.
El dolor rompió el hechizo. Kai sintió el fuego regresar, pero esta vez era diferente: teñido de violeta.
—¿Qué hiciste? —preguntó, viendo cómo sus llamas ahora ondeaban como el humo de un incendio lejano.
Lyra no tuvo tiempo de responder.
El Ataque
La diosa se abalanzó hacia la pirámide, pero el niño-dragón ya estaba transformado. Pequeño, no más de un metro de altura, pero con alas que desplegó como cuchillas.
—¡FUERA DE MI CASA! —rugió con voz que no era la suya.
El choque de ambos seres liberó una onda expansiva que derribó árboles centenarios.
Kai y Lyra corrieron hacia la pirámide, pero los Yanayawa los rodearon con lanzas.
—Ustedes desataron esto —acusó la anciana—. Ahora pagarán.