El Despertar de los Étericos

Autor: Taowan

Géneros: Acción, Invasión Alienígena, Apocalipsis, Ciencia Ficción, Fantasía.

Sinopsis:

En un futuro cercano, la Tierra es invadida por una raza alienígena conocida como los Nekrothan, seres biomecánicos que drenan la energía vital de los planetas. Sin embargo, en medio del caos, un grupo de humanos descubre que poseen habilidades latentes heredadas de una antigua civilización cósmica: los Étericos. Estos poderes, basados en la manipulación de la energía etérea, podrían ser la clave para resistir la invasión.

La historia sigue a Kael Vexis, un exsoldado con un pasado oscuro, quien se convierte en el líder de los Despertados, humanos que han activado sus genes Étericos. Junto a un grupo de aliados, deberán enfrentarse no solo a los Nekrothan, sino también a facciones humanas que buscan aprovechar el caos para instaurar un nuevo orden mundial.

Mientras la guerra se intensifica, descubren que los Nekrothan no actúan por voluntad propia, sino que son esclavos de una entidad cósmica aún más antigua y peligrosa: Vorathis, el Devorador de Realidades.

Capítulos de 'El Despertar de los Étericos'

Capítulo 1: El Cielo que Ardía

El mundo terminó un martes.

Kael Vexis lo recordaría siempre, no por el día, sino por el sonido. Un estruendo que rasgó el cielo, como si el universo mismo hubiera decidido gritar. Luego, el silencio. Ese silencio denso, cargado de algo que no era miedo, sino presagio.

Estaba en su apartamento de la periferia de Nueva Varsovia cuando las luces parpadearon y se apagaron. No fue un apagón común: las calles quedaron sumergidas en una oscuridad demasiado rápida, demasiado absoluta. Desde su ventana, vio cómo las estrellas se movían.

No eran estrellas.

Eran naves.

—¡Mierda…— masculló, mientras el primer rayo de energía descendió sobre el centro de la ciudad.

El impacto hizo temblar los edificios. Una explosión sorda, seguida de una onda expansiva que reventó vidrios a kilómetros de distancia. Kael se tiró al suelo instintivamente, sintiendo el calor del fuego distante en su piel. Cuando se levantó, el horizonte era una cicatriz roja y negra.

—¡Estamos bajo ataque! —gritó alguien en la calle.

Pero no era un ataque. Era una purga.

Los primeros Nekrothan descendieron como sombras metálicas, figuras esbeltas y angulosas, con miembros demasiado largos y cabezas sin rostro, solo un resplandor violeta donde deberían estar los ojos. Sus armas no disparaban balas: desintegraban.

Kael corrió. No había plan, solo instinto. Las calles eran un caos de gente gritando, coches chocando, policías disparando inútilmente. Una mujer pasó junto a él, empujando a un niño pequeño. Un segundo después, un rayo Nekrothan la alcanzó de lleno. No hubo sangre. Solo… polvo.

—¡Malditos hijos de…!

Agarró una barra de metal de entre los escombros y se lanzó contra el alienígena más cercano. No tenía sentido. Sabía que no tenía sentido. Pero no iba a morir sin pelear.

El Nekrothan giró hacia él, su arma brillando con esa misma luz violácea.

Y entonces, algo pasó.

Un dolor agudo le atravesó el pecho, como si su corazón estuviera a punto de estallar. Sintió el metal de la barra arder en sus manos. No, no ardía… vibraba.

El Nekrothan disparó.

Kael se movió.

No fue un salto, ni un esquive. Fue como si el aire mismo lo empujara. El rayo pasó a centímetros de su cara, y antes de que el alienígena pudiera reaccionar, la barra de metal se hundió en su torso con una fuerza imposible.

El Nekrothan se desplomó, su armadura crujiendo como cristal roto.

Kael jadeó, mirando sus propias manos. ¿Qué diablos acaba de pasar?

El cielo seguía ardiendo.

Y ahora, él también.

Capítulo 2: “El Primer Latido Éterico”

El silencio después del primer asesinato fue más aterrador que la explosión.

Kael retiró la barra ensangrentada—no, no era sangre, era algo más espeso, como mercurio brillante—del torso del Nekrothan. El cuerpo del alienígena se desintegró en un polvo plateado que flotó un momento antes de esfumarse en el aire contaminado por el humo.

¿Lo maté? ¿En serio lo maté?

Sus manos temblaban. No de miedo, sino de algo más profundo, como si cada músculo de su cuerpo hubiera despertado de un sueño de años. El calor en su pecho no cesaba, latiendo al ritmo de un corazón que ya no sentía propio.

Un grito lo sacó de su estupor.

—¡Ayuda! ¡Por favor!

Giró hacia la voz. Una joven, no mayor de veinte años, arrastraba a un hombre herido—su padre, quizás—mientras dos Nekrothan avanzaban hacia ellos con movimientos fluidos, casi danzantes.

Kael no lo pensó.

Corrió.

Pero esta vez, sintió el cambio.

El aire se volvió espeso, como si pudiera agarrarlo. Sus pies golpearon el asfalto y, con un impulso que no era normal, saltó demasiado lejos, cubriendo los cinco metros que lo separaban de los aliens en un solo movimiento.

El primer Nekrothan reaccionó rápido, su arma emitiendo un zumbido antes de disparar.

Kael vio el rayo venir.

Y, sin saber cómo, lo esquivó antes de que saliera del cañón.

Su puño se estrelló contra el torso del alienígena, y esta vez, sintió la energía fluyendo desde su núcleo, bajando por su brazo, concentrándose en el punto de impacto.

El Nekrothan estalló en mil fragmentos.

El segundo alienígena retrocedió, su cabeza sin rostro inclinándose ligeramente, como si lo estuviera estudiando.

—¡Aléjense de ellos! —rugió Kael, aunque sabía que no entendería.

El Nekrothan no disparó. En cambio, emitió un sonido gutural, una palabra—o quizás un nombre—que resonó en el cráneo de Kael como un martillazo:

“Éterico.”

Luego, el alienígena activó algún tipo de dispositivo en su brazo y desapareció en un destello de luz.

Kael se quedó helado.

—¿Qué… qué eres? —la voz temblorosa de la joven lo sacó de su trance.

Él miró sus manos otra vez. Las venas brillaban levemente, como si bajo su piel corriera algo más que sangre.

—No lo sé —admitió—. Pero creo que esto solo acaba de empezar.

A lo lejos, más naves descendían.

Y ahora, lo buscaban a él.

Capítulo 3: “El Refugio de los Malditos” 

El olor a carne quemada se pegaba al aire.

Kael seguía a la joven—Mira, había dicho entre jadeos—a través de callejones inundados de escombros. El hombre herido, su tío Darek, pesaba como un cadáver sobre sus hombros.

—¿Adónde diablos me llevas? —gruñó Kael al esquivar un charco de ese líquido violáceo que sangraban los Nekrothan muertos.

—A un lugar donde los que se volvieron como tú no terminan quemados por la milicia —respondió Mira, señalando una estación de metro clausurada.

El letrero de Plaza Elysion colgaba torcido. Dentro, el silencio era denso. Hasta que seis fusiles les apuntaron desde la oscuridad.

—Alto ahí, cosa —rugió una voz femenina.

Una mujer alta, con cicatrices que le cruzaban el rostro y brazos mecánicos improvisados, emergió. Su ojo izquierdo brillaba con el mismo tono violáceo que los Nekrothan, pero humano. Demasiado humano.

—Soy Valen, y este es mi infierno —escupió—. Si ese poder tuyo se activa, te mato antes de que parpadees.

Kael sintió el calor en su pecho again. Valen lo notó. Su ojo brilló más intenso.

—No soy tu enemigo —dijo Kael, bajando a Darek con cuidado—. Pero ellos sí —señaló hacia arriba, donde el estruendo de otra explosión retumbó.

Un chico enclenque, no mayor de catorce años, se acercó corriendo.

—¡Valen! ¡Los detectores captaron otro pico Éterico en el sector 7! ¡Es como si los Nekrothan los estuvieran cazando!

Valen maldijo, mirando a Kael con odio y… ¿esperanza?

—¿Ves estos brazos? —levantó las prótesis—. Me los arranqué yo misma cuando la energía empezó a comerme. Los imbéciles como tú lo llaman don. Yo lo llamo maldición.

Una pantalla destrozada en la pared mostró imágenes borrosas: otras ciudades, otros Despertados luchando. Algunos, en llamas.

—Si quieres sobrevivir —Valen arrojó un brazalete metálico a sus pies—, ponte eso. Suprime tu energía. O los aliens te encontrarán primero.

Kael lo recogió. El metal quemaba.

En ese momento, Darek tosió sangre brillante.

—¿Qué mierda…? —Kael retrocedió. Las venas del hombre resplandecían igual que las suyas.

—Oh no —susurró Mira.

Valen apuntó su arma a la cabeza de Darek.

Otro más.

Capítulo 4: “Sangre de Estrellas” 

El refugio entero contuvo el aliento.

Darek se retorcía en el suelo, sus venas pulsando con ese brillo azulado que ahora iluminaba hasta sus pupilas. Valen mantenía el arma firme, pero no disparaba.

—No lo hagas—suplicó Mira, atrapada entre el miedo y la incredulidad—. ¡Es solo un enfermo!

Enfermo—Valen soltó un gruñido áspero—. La semana pasada uno como él reventó tres plantas de energía antes de que lo acribillaran.

Kael se interpuso entre ellos, sintiendo el ardor en sus propias venas como un eco.

—¿Y si no es lo mismo? ¿Y si puedes salvarlo?

El ojo biomecánico de Valen parpadeó, ajustando el zoom.

—Mira su pecho.

Bajo la camisa rasgada de Darek, algo se movía. No como un latido, sino como formas dibujándose bajo la piel.

—¡Lira!—Valen gritó hacia las sombras—. ¡Trae el inhibidor!

De entre los escombros surgió una mujer delgada, gafas rotas colgando de una oreja, cargando un dispositivo que parecía hecho de chatarra alienígena y cables pelados.

—No es un inhibidor—murmuró mientras colocaba electrodos en el torso de Darek—. Es un estabilizador de campo cuántico. Si su ADN está mutando, esto podría—

Darek se arqueó, vomitando un chorro de ese líquido violáceo. El fluido golpeó el suelo y se retorció, formando patrones geométricos antes de evaporarse.

—¡Dios mío!—Lira palideció—. ¡Está excretando energía pura!

Kael sintió una atracción extraña hacia el líquido, como si parte de él reconociera esa sustancia.

—¿Qué le pasa?—preguntó.

Lira lo miró por primera vez, y en sus ojos vio el mismo brillo de fascinación y terror que había en los científicos de los viejos documentales sobre pruebas nucleares.

—Lo que sea que los Nekrothan hicieron al planeta, está reescribiendo el código genético humano. Pero no al azar—señaló las marcas en la piel de Darek, que ahora formaban claramente constelaciones—. Esto es diseñado.

Un estruendo sacudió el refugio. En las pantallas, las cámaras de seguridad mostraron tres figuras descendiendo justo sobre la entrada.

No eran Nekrothan.

Eran humanos.

Armadura negra. Rostros cubiertos. Y en los brazales, el emblema de un ojo rodeado de espinas.

La Orden del Umbral—Valen maldijo—. Cazadores de Étericos.

Darek dejó de convulsionar.

abrió los ojos.

Eran pura luz blanca.

Capítulo 5: “El Umbral y la Luz”

El silencio fue más aterrador que las explosiones.

Darek se incorporó con movimientos fluidos, antinaturales. Su cuerpo ya no parecía obedecer a la gravedad. Cuando sus pies tocaron el suelo, el polvo a su alrededor flotó un instante antes de caer.

—No disparen —susurró Lira, observando fascinada las marcas en la piel de Darek, ahora claramente luminosas—. Está en fase de adaptación.

—¡Adaptación a esto! —Valen activó sus brazos mecánicos con un chasquido metálico y apuntó hacia las pantallas de seguridad.

Los tres cazadores de la Orden del Umbral avanzaban en formación perfecta. Uno de ellos llevaba un dispositivo que emitía un zumbido agudo, como un detector de radio ajustado a una frecuencia imposible.

—Nos rastrean —Kael sintió el calor en su pecho responder al sonido, como si fuera una llamada—. Es mi energía… nos encontró por .

Darek giró la cabeza hacia él. Esos ojos blancos, sin pupila, parecían ver más allá de su carne.

No solo a ti —habló por primera vez, y su voz era un coro de susurros superpuestos—. Ellos buscan lo que ahora soy.

En las pantallas, el líder de la Orden levantó una mano. Su guantelete se abrió, revelando un cristal que proyectó un holograma: la cara de Kael, seguida de una ráfaga de datos.

Kael Vexis. Clasificación: Éterico Gamma. Recompensa: Vivo o desactivado —la voz del cazador sonó distorsionada por el casco—. Entreguen al contaminado y no serán purgados.

—¿Contaminado? —Mira retrocedió instintivamente de Darek.

—No hay tiempo —Valen cargó su rifle—. Lira, activa los campos de distorsión. El resto, preparados para—

Darek alzó una mano.

El refugio tembló.

Kael sintió el aire volverse denso, como si alguien hubiera presionado pause en la realidad. Las luces parpadearon y se apagaron. Solo el brillo de Darek y el resplandor violáceo del ojo de Valen permanecieron.

No peleen —dijo Darek, y esta vez su voz era claramente dual: la suya y algo más antigua—. Ellos no entienden. Solo obedecen.

Fuera, los cazadores se detuvieron. El dispositivo de rastreo explotó en sus manos.

El líder se quitó el casco.

Era un rostro quemado, con cicatrices que formaban el mismo símbolo que su brazal: el ojo con espinas. Pero lo más aterrador eran sus ojos:

Blancos.

Como los de Darek.

Vorathis viene —dijo el cazador, y luego, con un movimiento rápido, se disparó en la sien.

Su cuerpo cayó. Los otros dos cazadores lo miraron, luego a la entrada del refugio, y huyeron.

El silencio regresó.

Darek se desplomó.

Las luces volvieron.

Y en la piel de Kael, las marcas Étericas crecieron un centímetro más.

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