Capítulo 6: “Las Marcas del Devorador” (Enfoque: Autopsia del cazador + El precio del poder Éterico)
El cadáver del cazador yacía sobre la mesa de operaciones improvisada —un par de cajas de munición cubiertas con una lona— mientras Lira ajustaba los electrodos de su escáner casero. El olor a carne quemada y metal fundido se mezclaba con algo más… dulce. Como fruta podrida.
—No es humano. No del todo —murmuró Lira, pasando un bisturí sobre el pecho del hombre. La piel se abrió demasiado fácil, como gelatina bajo el filo.
Kael contuvo las náuseas. Había visto cuerpos en batalla, pero esto era distinto. Los órganos del cazador brillaban con un tono ambarino, y sus venas no eran rojas, sino negras, como tallos de hiedra petrificada.
—¿Qué le hizo la Orden a este tipo? —preguntó Valen, cruzando sus brazos mecánicos.
—No fue la Orden —Lira señaló una marca en el corazón del hombre, apenas visible entre el tejido necrosado: un símbolo idéntico a las constelaciones en la piel de Darek, pero invertido—. Esto es Vorathis.
El nombre cayó como una losa.
—El cazador dijo ese nombre antes de… —Mira miró hacia la esquina, donde Darek dormitaba atado con cables de acero, su respiración aún anormalmente lenta.
—No lo dijo —corrigió Kael—. Lo gritó, como si lo hubiera visto.
Lira extrajo una muestra del líquido viscoso que sustituía la sangre del cadáver. Al exponerla al aire, la sustancia se arremolinó sola, formando microestructuras cristalinas antes de desintegrarse.
—Fascinante… —susurró—. Su ADN fue reescrito para funcionar como antena. Algo transmitía a través de él.
—¿Como los Nekrothan? —preguntó Kael.
—Peor. Los Nekrothan son herramientas. Esto… —Lira señaló el cerebro del cazador, donde finas hebras plateadas conectaban los lóbulos— es un sacrificio voluntario.
Valen maldijo.
—La Orden no caza Étericos. Los alimenta a algo.
Un gemido los hizo volverse. Darek se retorcía, las marcas en su piel pulsando al unísono con los restos del cazador.
—¡Conténganlo! —Lira saltó hacia atrás cuando los cables que ataban a Darek comenzaron a vibrar.
Kael sintió el calor en su pecho responder. Avanzó hacia Darek y, sin pensar, le puso una mano en la frente.
El contacto fue como un cortocircuito.
Una visión lo atravesó:
—Un planeta devorado por raíces cósmicas. Vorathis, un ojo de galaxia entera, mirándolo desde el abismo. Y en primer plano, una figura encapuchada con el emblema de la Orden, arrodillada ante un portal que sangraba luz negra—
Kael retrocedió, tambaleándose. Su mano izquierda estaba cubierta de ese mismo líquido negro que tenía el cazador.
—¿Qué… qué fue eso? —jadeó.
Darek abrió los ojos. Blancos. Pero ahora con un punto negro en el centro, creciendo.
—El precio —susurró con voz de tumba—. Cada poder que tomas de lo Éterico… le acerca un paso más a Él.
Fuera, en la ciudad, una explosión diferente retumbó. No era de los Nekrothan.
Era humana.
Alguien más acababa de Despertar.
Capítulo 7: “La Danza de los Malditos” (Enfoque: La caza del nuevo Despertado)
El rastro de la explosión Éterica los llevó hasta los restos de la Catedral de San Ezra.
Las paredes de piedra centenaria estaban cubiertas de escritura luminosa—garabatos frenéticos que ardían con un azul pálido, como si alguien hubiera tallado versos en la piedra con estrellas robadas.
—No es Nekrothan…—Lira rozó los símbolos con los dedos, haciendo que la luz se ondulara—. Esto es humano. Pero el patrón coincide en un 67% con las marcas de Darek.
Kael sintió el aire electrizado. Cada pelo de su nuca se erizaba. Algo aquí respiraba, aunque no hubiera nadie a la vista.
—¡Ahí!—Mira señaló hacia el altar mayor, donde una figura encorvada vestida con harapos de monja mecía algo entre sus brazos.
El sonido llegó después: un canto en una lengua que hacía sangrar los oídos.
“Vorathis na-keth, vorathis na-mar…”
Valen levantó su rifle—. ¡Alto! ¡Orden del Umb—
La figura giró.
Era una mujer joven, o lo había sido. Ahora su piel estaba translúcida, mostrando venas que brillaban como filamentos de tungsteno. En sus brazos no sostenía un bebé, sino un Nekrothan decapitado, cuyos tentáculos se movían aún, enredándose en sus dedos como un juguete macabro.
—¡No me toquen!—gritó, y las vidrieras de la catedral estallaron en una lluvia de cristal.
Kael sintió el impulso de cubrirse, pero su cuerpo reaccionó antes—una oleada de energía cinética lo envolvió, desviando los fragmentos.
La monja-Éterica los miró con ojos que eran espejos negros.
—Ustedes también llevan su marca—susurró—. Pero ella me protege. Ella me eligió.
—¿Ella?—Lira dio un paso adelante, escáner en mano—. ¿Quién es “ella”?
Un crujido.
Del techo abovedado cayó algo.
Era una criatura hecha de sombras y extremidades rotas—brazos humanos, piernas Nekrothan, todo fusionado en una silueta que se movía como títere con hilos rotos.
—¡Hija mía!—la monja abrió los brazos.
La criatura se lanzó hacia ella…
Y se fusionó con su torso, convirtiéndose en un segundo par de miembros retorcidos.
Valen disparó.
El impacto hizo retroceder a la monja, pero no la detuvo. Las escrituras en las paredes ardieron más fuerte, proyectando sombras que cobraron vida propia.
—¡No es una Despertada!—gritó Kael, esquivando una sombra que intentó morderle el cuello—. ¡Es algo más!
Lira revisaba frenéticamente su escáner—. ¡Niveles Étericos por encima de cualquier registro! ¡Está fusionándose con la energía residual de los Nekrothan!
La monja alzó sus seis brazos (¿cuándo había crecido otro par?).
—¡Vengan al regazo de la Madre!
El piso de mármol se abrió bajo sus pies.
Y algo enorme empezó a salir.